Yo sacaré lo que en el pecho tengo
De cà³lera y de horror. De cada vivo
Huyo, azorado, como de un leproso.
Ando en el buque de la vida: sufro
De nà¡usea y mal de mar: un ansia odiosa
Me angustia las entraà±as; quién pudiera
En un solo vaivén dejar la vida!
No esta cancià³n desoladora escribo
En hora de dolor:
jamà¡s se escriba
En hora de dolor!: el mundo entonces
Como un gigante a hormiga pretenciosa
Unce el poeta destemplado: escribo
Luego de hablar con un amigo viejo,
Limpio goce que el alma fortifica:-
Mas, cual las cubas de madera noble,

La madre del dolor guardo en mis huesos!
Ay! mi dolor, como un cadà¡ver, surge
A la orilla, no bien el mar serena!
Ni un poro sin herida: entre la uà±a
Y la yema, estiletes me han clavado
Que me llegan al pie: se me han comido
Frà­amente el corazà³n; y en este juego
Enorme de la vida, cupo en suerte
Nutrirse de mi sangre una lechuza.-
Asà­, hueco y roà­do, al viento floto
Alzando el puà±o y maldiciendo a voces,
En mis propias entraà±as encerrado!

No es que mujer me engaà±e, o que fortuna
Me esquive su favor, o que el magnate
Que no gusta de pulcros, me querelle:
Es ¿quién quiere mi vida? es que a los hombres;
Palpo, y conozco, y los encuentro malos.-
Pero si pasa un nià±o cuando lloro
Le acaricio el cabello, y lo despido
Como el naviero que a la mar arroja
Con bandera de gala un barco blanco.

Y si decà­s de mi blasfemia, os digo
Que el blasfemo sois vos: ¿a qué me dieron
Para vivir en un trigal, sedosa
Ala, y no garra aguda? o por acaso
Es ley que el tigre de alas se alimente?
Bien puede ser: de alas de luz repleto,
Darà¡se al fin de un tigre luminoso,
Radiante como el sol, la maravilla!-
Apresure el tigral el diente duro!
Nàºtrase en mà­: coma de mà­: en mis hombros
Clave los grifos bien: mà²ndeme el crà¡neo,
Y, con dolor, a su mordida en tierra

Caigan deshechas mis ardientes alas!
Feliz aquel que en bien del hombre muere!
Bésale el perro al matador la mano!
¡Como un padre a sus hijas, cuando pasa
Un galà¡n pudridor, yo mis ideas
De donde pasa el hombre, por quien muero,
Guardo, como un delito, al pecho helado!-

Conozco al hombre, y lo he encontrado malo.
¡Asà­, para nutrir el fuego eterno
Perecen en la hoguera los mejores!
Los menos por los mà¡s! los crucifixos
Por los crucificantes! En maderos
Clavaron a Jesàºs: sobre sà­ mismos
Los hombres de estos tiempos van clavados:
Los sabios de Chichén, la tierra clara
Donde el aroma y el maguey se crà­an,
Con altos ritos y canciones bellas
Al hondo de cisternas olorosas
A su virgen mejor precipitaban:
Del temido brocal se alzaba luego
A perfumar el Yucatà¡n florido
Como en tallo negruzco rosa suave
Un humo de magnà­ficos colores:-
Tal a la vida echa el Creador los buenos:
A perfumar: a equilibrar: ea! clave
El tigre bien sus garras en mis hombros:
Los viles a nutrirse: los honrados
A que se nutran los demà¡s en ellos.-
Para el misterio de la Cruz, no a un viejo
Pergamino teolà³gico se baje:
Bà¡jese al corazà³n de un virtuoso.

Padece mucho un cirio que ilumina:
Sonrà­e, como virgen que se muere,
La flor cuando la siegan de su tallo!
Duele mucho en la tierra un alma buena!
De dà­a, luce brava: por la noche
Se echa a llorar sobre sus propios brazos:
Luego que ve en el aire de la aurora
Su horrenda lividez, por no dar miedo
A la gente, con sangre de sus mismas
Heridas, tià±e el miserable rostro,
Y emprende a andar, como una calavera
Cubierta, por piedad, de hojas de rosa!