En la cuna sin par nacià³ la airosa
Nià±a de honda mirada y paso leve,
Que el padre le tejià³ de milagrosa
Màºsica azul y clavellà­n de nieve.

Del sol voraz y de la cumbre andina,
Con mirra nueva el séquito de bardos
Vino a regar sobre la cuna fina
Olor de myosotis y luz de nardos.

A las pà¡lidas alas del arpegio,
Preso del cinto a la trenzada cuna,
Colgà³ liana sutil el bardo regio
De à³palo tenue y claridad de luna.

A las trémulas manos de la ansiosa
Madre feliz, para el collar primero
Virtià³ el bardo creador la pudorosa
Perla y el iris de su ideal joyero.

De su menudo y fàºlgido palacio
Surgià³ la nià±a mà­stica, cual sube,
Blanca y azul, por el solemne espacio,
Lleno el seno de là¡grimas, la nube.

Verdes los ojos son de la hechicera
Nià±a, y en ellos tiembla la mirada
Cual onda virgen de la mar viajera
Presa al pasar en concha nacarada.

Fina y severa como el arte grave,
Alà­sea planta en la existencia apoya,
Y el canto tiene y la inquietud del ave,
Y su mano es el hueco de una joya.

Nià±a: si el mundo infiel al bardo airoso
Las magias roba con que orlà³ tu cuna,
Tຠle ornarà¡s de nuevo el milagroso
Verso de à³palo tenue y luz de luna.