Muy fiera y caprichosa es la Poesà­a;
A decà­rselo vengo al pueblo honrado...
La denuncio por fiera. Yo la sirvo
Con toda honestidad: no la maltrato;
No la llamo a deshora, cuando duerme,
Quieta, soà±ando, de mi amor cansada,
Pidiendo para mà­ fuerzas al cielo;
No la pinto de gualda y amaranto
Como aquesos poetas; no le estrujo
En un talle de hierro el franco seno;
Y el cabello dorado, suelto al aire,
Ni con cintas retà²ricas le aprieto:
No: no la pongo en là­vidas vasijas
Que morirà¡n; sino la vierto al mundo,
A que cree y fecunde; y ruede y crezca
Libre cual las semillas por el viento:
Eso sà­: cuido mucho de que sea
Claro el aire en su torno; musicales

Las ramas que la amparan en el sueà±o,
Y limpios y aromados sus vestidos.-
Cuando va a la ciudad, mi Poesà­a
Me vuelve herida toda; el ojo seco
Como de enajenado, las mejillas
Como hundidas, de asombro: los dos labios
Gruesos, blandos, manchados; una que otra
Gota de cieno en ambas manos puras
Y el corazà³n, por bajo el pecho roto
Como un cesto de ortigas encendido:
Asà­ de la ciudad me vuelve siempre:
Mas con el aire de los campos cura.
Baja del cielo en la severa noche
Un bà¡lsamo que cierra las heridas.-
¡Arriba oh corazà³n!: quién dijo muerte?

Yo protesto que mimo a mi Poesà­a:
Jamà¡s en sus vagares la interrumpo,
Ni de su ausencia larga me impaciento.
¡Viene a veces terrible! ¡Ase mi mano,
Encendido carbà³n me pone en ella
Y cual por sobre montes me la empuja!:-
Otras ¡muy pocas! viene amable y buena,
Y me amansa el cabello; y me conversa
Del dulce amor, y me convida a un baà±o!
Tenemos ella y yo, cierto recodo,
Pàºdico en lo mà¡s hondo de mi pecho:
Envuelto en olorosa enredadera!-
Digo que no la fuerzo: y jamà¡s la adorno,
Y sé adornar; jamà¡s la solicito,
Aunque en tremendas sombras suelo a veces
Esperarla, llorando, de rodillas.
Ella ¡oh coqueta grande! en mi noche
Airada entra, la faz sobre ambas manos
Mirando cà³mo crecen las estrellas.

Luego, con paso de ala, envuelta en polvo
De oro, baja hasta mà­, resplandeciente.
Viome un dà­a infausto, rebuscando necio-
Perlas, zafiros, à³nices,
Para ornarle la tàºnica a su vuelta.-
Ya de un lado, piedras tenà­a,
Cruces y, acicaladas en hilera,
Octavas de claveles, cuartetines
De flores campesinas; trà­os, dàºos

De ardiente lirio y pà¡lida azucena.
¡Qué guirnaldas de décimas! qué flecos
De sonoras quintillas! qué ribetes
De pà¡lido romance,- qué lujosos
Broches de rima rara: qué repuesto
De mil consonantillos serviciales
Para ocultar con juicios las junturas:
Obra, en fin, de suprema joyerà­a!-
Mas de pronto una lumbre silenciosa
Brilla; las piedras todas palidecen,
Como muertas, las flores caen en tierra
Là­vidas, sin color: es que bajaba
De ver nacer los astros mi Poesà­a!-
Como una cesta de caretas rotas
Eché a un lado mis versos. Digo al pueblo
Que me tiene oprimido mi Poesà­a:
Yo en todo la obedezco: apenas siento
Por cierta voz del aire que conozco
Su prà³xima llegada, pongo en fiesta
Crà¡neo y pecho; levà¡ntanse en la mente,
Alados, los corceles; por las venas
La sangre ardiente al paso se dispone;
El aire ansà­o, alejo las visitas,
Muevo el olvido generoso, y barro
De mà­ las impurezas de la tierra!
¡No es mà¡s pura que mi alma la paloma

Virgen que llama a su primer amigo!
Baja; vierte en mi mano unas extraà±as
Flores que el cielo da: flores que queman,-
Como de un mar que sube, sufre el pecho,
Y a la divina voz, la idea dormida,
Royendo con dolor la carne tersa
Busca, como la lava, su camino:
De hondas grietas el agujero queda,
Como la falda de un volcà¡n cruzado:
Precio fatal de los amores con el cielo:
Yo en todo la obedezco: yo no esquivo
Estos padecimientos, yo le cubro
De unos besos que lloran sus dos blancas
Manos que asà­ me acabarà¡n la vida.
Yo ¡que mà¡s! cual de un crimen ignorado
Sufro, cuando no viene: yo no tengo
Otro amor en el mundo ¡oh mi poesà­a!
¡Como sobre la pampa el viento negro
Cae sobre mୠtu enojo! ¡oh vuelve, vuelve,
A mà­, que te respeto, el rostro amigo!
De su altivez me quejo al pueblo honrado:
De su soberbia femenil. No sufre
Espera. No perdona. Brilla, y quiere
Que como el limpio lustre del acero
Ya el verso al mundo cabalgando salga;-
Tal, una loca de pudor, apenas
Un minuto al artista el cuerpo ofrece
Para que esculpa en mà¡rmol su hermosura!-
¡Vuelan las flores que del cielo bajan,
Vuelan, como irritadas mariposas,
Para jamà¡s volver las crueles vuelan!